Manifiesto
del Partido Comunista
Carlos
Marx y Federico Engels
¡PROLETARIOS
DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!
(Publicado por primera vez el 25 de febrero de
1.848)
MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del
comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada
para acosar a ese fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los
radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido
motejado de comunista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de
oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición
más avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de
`comunista'?
De este hecho resulta una doble enseñanza:
Que el comunismo está ya reconocido como una
fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas
expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias;
que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio
partido.
Con este fin, comunistas de las más diversas
nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente
Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y
danés.
Capítulo 1º.- Burgueses y proletarios
La historia de todas las sociedades hasta
nuestros días es la historia de las luchas de clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y
plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y
oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas
veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.
En las anteriores épocas históricas
encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en
diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la
antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad
Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en
casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido
de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de
clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de
opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.
Nuestra época, la época de la burguesía, se
distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase.
Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos,
en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el
proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron
los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron
los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la
circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo
de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América,
el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de
las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la
industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el
desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
La antigua organización feudal o gremial de
la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de
nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio
industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo
entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en
el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar; la
demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor
y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran
industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio
industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos
ejércitos industriales-, los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado
mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial
aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los
medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge
de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio,
la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando
sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la
Edad Media.
La burguesía moderna, como vemos, es ya de
por sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en
el modo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución recorrida por la
burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento
bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la
comuna; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado
tributario de la monarquía; después, durante el período de la manufactura,
contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales, absolutas y, en
general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del
establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó
finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado
representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta
que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la historia
un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el poder, la
burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las
abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus "superiores
naturales" las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro
vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel "pago al
contado". Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el
entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas
heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor
de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por
la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la
explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una
explotación abierta, descarada, directa y brutal.
La burguesía ha despojado de su aureola a
todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de
piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre
de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de
emotivo sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha
reducido a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado que la brutal
manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía
su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera
en demostrar qué puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy
distintas de las pirámides de Egipto, de los acueductos romanos y de las
catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas de las migraciones de
los pueblos y de las Cruzadas.
La burguesía no puede existir sino a
condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y con
ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de
producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas
las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un
movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.
Quedan rotas todas las relaciones estancadas y enmohecidas -con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos-; hácense añejas las nuevas antes
de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado de esfuma; todo lo
sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada por la necesidad de dar a sus
productos una salida cada vez mayor, la burguesía recorre el mundo entero.
Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos
en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial,
la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de
todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la
industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido
destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas
industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las
naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas
indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo,
y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las
partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su
satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más
diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y
naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal
de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la
intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio
común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en
día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma
una literatura universal.
Merced al
rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de
la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios
de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las
murallas chinas y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a
los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar
el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada
civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo
a su imagen y semejanza.
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